martes, 18 de junio de 2013

VII JUSTAS LITERARIAS.Concurso de relatos cortos

Una de las actividades que proponemos en nuestro proyecto "Educar juntos: un compromiso compartido", es la colaboración en las Justas Literarias.
Desde hace tres cursos editamos un cuadernillo con los relatos ganadores.
Os los presentamos en nuestro blog para que todos tengáis la oportunidad de leerlos.




Los ganadores de la VII edición han sido:

PRIMER CICLO DE SECUNDARIA


PRIMER PREMIO:
ASIER CANDELA PEÑA  
2º DE ESO [Colegio Miguel Bravo, antiguos alumnos de La Salle] SANTANDER       
EL ESPEJO MÁGICO
SEGUNDO PREMIO:

        1º DE ESO [IES Miguel Herrero] TORRELAVEGA 
Y LLEGARON LOS 13
SEGUNDO CICLO DE SECUNDARIA

(PRIMER PREMIO DESIERTO)
SEGUNDO PREMIO:
ELISA TORRECILLA GUTIÉRREZ

4º DE ESO [IES MARQUÉS DE SANTILLANA] TORRELAVEGA
                                                               COSAS QUE PASAN
BACHILLERATO
                                                             
PRIMER PREMIO:
CANDELA RUIZ DE VILLA SARDÓN
1º DE BACHILLERATO [IES MARQUÉS DE SANTILLANA] TORRELAVEGA
PROYECTO  CAMARÓN
SEGUNDO PREMIO:
PABLO PERIS BARREDA

1º DE BACHILLERATO [IES MARQUÉS DE SANTILLANA] TORRELAVEGA
PESADILLA EN BREISACH


     PRIMER CICLO DE SECUNDARIA



PRIMER PREMIO
ASIER CANDELA PEÑA 
2º DE ESO [COLEGIO MIGUEL BRAVO ANTIGUOS ALUMNOS DE LA SALLE] SANTANDER
       EL ESPEJO MÁGICO
Hasan tiene una tienda en Egipto de antiguas reliquias (estatuillas, pirámides, escrituras...). Un día llegó a la tienda un chico con aspecto cansado y agotado que quería vender unas piezas. Hasan llamó a su jefe, Yalih, quien acudió rápidamente a autentificar las figuras y a negociar el precio. Eran tres, un espejo con un marco plateado, un gato con escrituras en su cuello y un collar de un material muy antiguo que ya casi no se comercializaba por lo escaso de la materia con lo que estaba hecho. Yalih, con las piezas en la mano, insinuó al extranjero que las había traído que las había robado, pero éste lo negó por lo que Yalih terminó aceptando. Tras un prolongado regateo las piezas fueron compradas por un precio muy bajo, porque el extranjero avisó de que estaban malditas y le recomendó venderlas lo antes posible. 

Una tarde, una vez cerrada la tienda, Hasan decidió inspeccionar las piezas. La que más le llamaba la atención era el espejo. Investigó sobre su origen en varios libros de historia, pero no encontró nada, al final, en un antiguo pergamino que tenía en el fondo de la estantería encontró un texto que decía: “La princesa ha perdido un espejo. El rey ha entrado en guerra con su hija, ¡Socorro!  Manden ayuda…” La escritura se detiene pues debido al paso del tiempo, el pergamino y la tinta se habían degradado y roto. De repente, el espejo empezó a brillar y apareció una princesa que empezó a hablar en un idioma extraño que Hasan no entendía. La princesa se encontraba en una cueva rodeada de niños que corrían asustados, pues la cueva se venía abajo. Mientras escuchaba a la princesa, Hasan había perdido la mirada en la cara de los niños hasta que… ¡pum! La imagen desapareció y la habitación quedó en silencio.

El sonido del teléfono le sobresaltó. Era su hermano. Le preguntó si podía quedarse con sus hijos (Tahiru y Kinami) esa noche, ya que le había salido una urgencia en el trabajo. Hasan aceptó. Minutos más tarde aparecieron los dos niños delante de la puerta de la tienda. Una vez dentro, prepararon sus sacos de dormir porque se iban a quedar en la tienda pues Hasan quería avanzar en su investigación.

Hasan enseñó el gato y el collar a Tairu y Kinami observaba el espejo. De repente, éste volvió a brillar y apareció un niño en primer plano, con la nariz sangrando y diciendo las mismas palabras que la princesa. Kinami llamó a su tío y éste llega y ve atónito cómo Kinami conversa con el niño, hasta que una explosión en la cueva hace que se pierda la imagen de nuevo. Hasan, entonces, empezó a preguntar a Kinami  sobre lo ocurrido en aquellos instantes. Su sobrino le contó que los niños del espejo estaban en peligro, porque había un rey que quería matarlos  y necesitaban ayuda.

Hasan, para salir de su asombro, fue al baño a lavarse la cara y comprobar si todo esto era real. Cuando, de repente, un grito le sacó de sus pensamientos. Hasan, rápido como el viento, fue a donde  ellos pero solo vio a uno, a Kinami. Estaba llorando y le contó muy asustado, entre sollozos, que justo cuando se había ido, el espejo había comenzado a brillar y  había apareció la princesa de nuevo y sacando los brazos del espejo y cuando fue a cogerlo, Tairu en un acto de valentía, se puso en medio. Ella lo arrastró hacia el interior de la cueva.

Hasan estaba muy asustado, había perdido a un sobrino. Intentando mantener la calma se acordó del pergamino que había encontrado en la estantería. Fue a por él y lo cogió. Ya era de día cuando fue con Kinami al museo. Allí buscó a un antiguo amigo, Abraham, el director del museo. Éste, con cara de asombro, reconoció el pergamino y, tras buscar en el antiguo cofre de su despacho, le entregó la parte del pergamino que a Hasan le faltaba. Hasan le contó la historia a Abraham y éste le contó una leyenda que decía que la princesa Sídney  tenía un espejo en el que podía ver el futuro o el pasado según la posición en que lo pusiera.

Hasan pidió a su hermano que dejase que sus sobrinos se quedaran con él y así evitar que se pudiese enterar de la desaparición de Tahiru. Más tarde se sentó con Kinami delante del espejo, preparados con mochilas y bolsas de comida para que, en el momento en el que el espejo se abriera, meterse dentro y buscar a Tairu. Al cabo de un rato el espejo empezó a brillar y sin mirar siquiera lo que aparecía, lo atravesaron.

En un instante se vieron rodeados de niños y de la princesa. Esta ya sabía para qué venían y les dijo que Tairu ya había vuelto a casa. Esto enfadó bastante a Hasan que no sabía cómo volver. Sídney le explicó que  el portal (es decir, el espejo) se abría cada vez que un niño moría. También les dijo que el responsable de todos estos crímenes era su padre, el rey. Todo comenzó cuando ella desobedeció a su padre porque pretendía casarla con alguien a quien no amaba. Desde entonces su padre le había hecho la vida imposible. Su madre era quien la defendió, hasta que una enfermedad se la llevó. Este hecho provocó que se desencadenara la guerra entre padre e hija. El Rey pretendía la muerte de todos los niños del país, por eso, ella se llevó a varios niños y al ejército personal que había heredado de su madre a un lugar seguro.

Entonces Hasan explicó  que en los libros se contaba que la princesa ganaba, ya que uno de sus soldados personales acababa con la vida del Rey. Ella, con tristeza, le interrumpió explicándole que esto no era así de fácil, que había que luchar para conseguirlo.

Hasan y Kinami decidieron reflexionar sobre lo que había ocurrido durante el día y entonces dieron con la respuesta. Abrahán les había dicho que, según la posición del espejo, se podía ir al pasado o al futuro, pero igual si se ponía de otra manera se podía llegar a un futuro o pasado alternativo pudiendo de esta manera cambiar la historia que cuentan los libros. Esta reflexión le creó varias dudas: Si salimos de aquí, ¿a qué presente iremos, al nuestro o a otro? o ¿podré abandonar esta historia sin que mi presente se vea afectado?

Y así fue que, cuando se produjo la muerte de un niño, Hasan cogió a Kinami y saltaron por el portal cuando éste se abrió. Al abrir los ojos vieron que se encontraban en la puerta de la tienda. Al abrirla, se quedó sin aire, incluso llegó a tambalearse. En el suelo tirado estaba Tahiru, con los ojos abiertos, sin respiración, sin vida…

El espejo empezó a brillar. La princesa dijo:

-Habéis abandonado este mundo y el tuyo se ha visto afectado. Si quieres recuperar a tu sobrino, debes volver para luchar conmigo en la batalla.

Hasan se lanzó hacia el espejo.

Sus últimas palabras fueron:

- Kinami, esto lo hago por vosotros… Dile a tu hermano que os quiero y... ¡no me esperéis despiertos …!

… La princesa os irá informando…



SEGUNDO PREMIO

              

                  1º DE ESO [IES MIGUEL HERRERO] TORRELAVEGA


          Y llegaron  los 13…

Recuerdo cuando en “cono”, es decir, en la asignatura de Conocimiento del Medio, mi profe de 3º de Primaria nos explicó las etapas de la vida: la infancia, la adolescencia, la adultez y la vejez. Y hace unos días, al llegar a los 13, me han surgido dudas, algo que por otra parte es muy común en mí. ¿Falta una etapa intermedia entre la infancia y la adolescencia? ¿Y la etapa antes de la infancia?

Desde el mismo momento que el óvulo de mi madre y el espermatozoide de mi padre se unieron empezó una etapa y así hasta siete meses después, que me entró el aburrimiento y las primeras dudas: ¿Por qué tengo que quedarme aquí dentro hasta los nueve meses? ¿Por qué tengo que esperar? ¿Por qué no puedo salir primero? Y así empezó mi vida, el 3 de febrero nací ¿Por qué esperar al mes de abril para cumplir con los nueve meses, o sea con lo que se considera “lo normal”?

Cuando llegó la hora de ir al cole, yo seguía preguntando… Como era Educación Infantil y todos hacíamos las mismas “cosas” no se notaba; después llegó la Primaria y yo seguía preguntando: duda que tenía, pregunta que hacía. Y, claro, una pregunta y otra y otra…, los profes acababan agotados. En casa de momento sin problemas, pregunta que hacía, pregunta que me respondían, y espero que siga así para toda la vida. Pero al llegar la Secundaria y al llegar los trece, empezó mi crisis. Dicen que una crisis es un “desorden” que se da de forma “temporal” y que hay que ordenar, mirándolo con otra perspectiva, es decir, una crisis no deja de ser una gran oportunidad para una persona positiva, y yo lo mismo que reconozco que soy “preguntón”, positivo soy un rato.

¡Mi primera crisis!¿Infancia?¿Adolescencia?¿Niño?¿Adolescente?¿Casi adulto? Me gusta preguntar y me gusta saber, y no me gusta quedarme con dudas. ¿Qué puedo hacer? ¿A los 13 tiene que cambiar mi manera de comportarme y relacionarme con el mundo? ¿Hay cosas que ya no son “correctas” a los 13? ¿Me tengo que liberar de este “defecto”(a mí me gusta llamarlo diferencia)? ¿Estoy acabando la dosis de paciencia que me tocó en el reparto de la vida que los demás tienen que tener conmigo? ¿Me convertiré en el preguntón que de repente se quedó con dudas porque llegó a los trece años? ¿Lo que se consideraba “correcto” en la etapa de la vida que estoy dejando atrás, ha dejado de considerarse correcto en esta nueva etapa? ¿Hasta qué punto esto condicionará mi vida? No termino  de entender muy bien por qué cuando una persona desea realmente algo, tiene que ser  suficiente con aprender a no preguntar  y a descifrar más allá de las palabras. No lo entiendo porque yo estoy firmemente convencido de que la curiosidad es buena, es la llave que a los que ahora tenemos 13 años nos  abrirá muchas puertas, es la llave de  nuestro futuro y pienso que apagar la llama de la curiosidad es cerrar cerraduras de puertas que tendremos que abrir en otras etapas de nuestra vida. ¿Es realmente lo diferente  lo que tiene que cambiar? Tengo la mente llena, ahora que la he cargado de preguntas. ¿Me tengo que sentir  un poco más ignorante?


SEGUNDO CICLO DE SECUNDARIA



SEGUNDO PREMIO

ELISA TORRECILLA GUTIÉRREZ


4º DE ESO.    (IES MARQUÉS DE SANTILLANA)

                                                                 COSAS QUE PASAN
 
La sombra de la sombrilla se alargaba hasta tocar con la punta el bordillo de la acera. Aunque el sol había abandonado hacía mucho su cénit, aún calentaba lo suficiente como para que los transeúntes se sentasen en la terraza del bar a tomar algo frío que les sacase de encima el bochorno. Daba igual que el local, más que un bar, pareciera un chiringuito, ni que las sillas fueran plegables o los precios demasiado caros. En aquel pueblo sólo había ese bar. Y claro, la situación del dueño del lugar tampoco era como para regalar dinero. Mauro Gutiérrez, hostelero de profesión, se mantenía de pie tras la barra, con lamparones en el delantal, pasándole refrescos al camarero, su hijo.

-Niño, date prisa, que bastante mal funciona ya la nevera como para que tú dejes las bebidas ahí posadas, muertas de risa.

Y el chaval corría entre las mesas, sirviendo hielos y recogiendo ceniceros. Su madre, mujer de Mauro, había muerto años atrás. Nunca salió del pueblo, fue su padre el que se mudó para vivir allí con ella. Ya lo habían superado ambos: además ahora sus mentes estaban ocupadas por otros problemas.

En las últimas décadas, el pueblo había tenido un buen flujo de turistas que iban allí a disfrutar de unas vacaciones rurales. A Mauro Gutiérrez le había ido bien, dentro de lo que cabe si vives en un lugar aislado del mundo. Pero ahora la cantidad de turistas había bajado. Ya no iba tanta gente al pueblo y el negocio se estaba parando. Normalmente vivían sobre todo de lo que recaudaban en verano para tirar de ello en invierno y al siguiente verano volver a ahorrar. Pero al parecer eso se había acabado. Estaban pasando por dificultades económicas y Mauro tenía la sensación de que le explotaría el cerebro de tanto pensar en una solución. Justo en esos momentos estaba él dándole vueltas al dilema, apoyado en la barra, cuando le llamó su hijo:

-Papá…

-¿Eeeeh?

-Te decía que ya es hora de cerrar.

-Ah, esto, vamos a aguantar un rato más, a ver si sacamos más dinero.

-Pero…,  si ya se han ido todos.

-¿Cómo que se han ido todos? ¡Si hace nada había gente!

-Pero ya han terminado, venga, vamos a casa.

La rutina se tragaba a Mauro. Todas las noches su hijo le sacaba de sus cavilaciones diciéndole que ya era hora de irse a casa y él se sorprendía de que no quedase nadie en el local. Aquello sería su ruina, si no lo era ya. Así tomó una decisión.

-Niño, voy a vender el bar.

-¿Qué? ¿Estás seguro?

-No, pero no tenemos dinero y hay que hacer algo.

-¿Y qué haremos cuando lo vendamos? Si conseguimos venderlo, claro.

-Irnos a la ciudad. Buscaré trabajo allí.

-Ya. Supongo que es la única salida.

-Lo es.

Pero un bar en un pueblo perdido no se vende demasiado bien. Llegó el otoño y los compradores escaseaban, por no decir que no había ninguno. Mauro se preocupaba cada vez más, necesitaba irse de allí.

-¡Maldita sea la hora en que vine a morirme de hambre a este pueblo! -decía.

Una mañana se le acercó su hijo y le dijo:

-Papá, creo que tengo una solución.

-¿Has encontrado comprador?

-No, pero…

-Entonces, no tienes solución.

-Escucha, ¿vale? Mira, hay menos turistas que visitan el pueblo, en realidad hay menos turistas que visitan todo. Pero además es que hay muchos pueblos como éste, incluso mejores, que son más atractivos para la gente.

-Hasta ahora sigues sin darme una salida.

-Espera, a lo que voy es que necesitamos algo que se salga de lo normal, algo que haga que la gente quiera venir a ver con sus propios ojos. Y se me ha ocurrido que podemos tener un bar encantado.

-¿Perdón?

-Sí, mira, colgamos un anuncio en internet que diga que en el bar hay un fantasma, un espíritu que hace cosas sobrenaturales y aterradoras. Convirtamos el bar en una atracción.

-No sé, niño, no lo veo. ¿Cómo hacemos para fingir que hay un fantasma en el bar? ¿Cómo conseguimos que la gente vea el anuncio y venga?

-Lo de fingir el fantasma déjamelo a mí. Y lo de la gente…primero tenemos que conseguir que los del pueblo se lo crean; entonces pasarán el rumor a los pueblos vecinos, de ahí a las ciudades y la gente mirará el anuncio y vendrá. El cotilleo será nuestra solución.

Así pues, padre e hijo lo prepararon todo para que a la mañana siguiente el fantasma entrase en acción. Y qué mejor fantasma que el de la pobre mujer de Mauro, un ente que regresa años después de su muerte para comprobar que todo lo que ella dejó atrás sigue en su sitio. Pero el efecto que el fantasma tendría en el pueblo no fue en absoluto el esperado.

Ocurrió que poco antes del espectáculo, Mauro y su hijo decidieron hacer una prueba para ver qué tal quedaba. Le pusieron a un maniquí un viejo vestido de la difunta mujer y una foto de la cara de ella, lo suficiente para que desde fuera se distinguiesen un poco los rasgos, pero no lo bastante para que se notase que era falso. Mauro se colocaría junto a la ventana haciendo que bebía un vaso de vino y entonces aparecería el fantasma como una sombra y rápidamente desaparecería de nuevo. El hijo de Mauro empujaría desde el suelo el maniquí, al que habían subido sobre unas ruedas. Lo que pasó fue que cuando hacían la prueba, el hijo de Mauro se tropezó y el maniquí cayó sobre Mauro, derramándole encima el vino. Y justo cuando todo esto sucedía, la anciana y supersticiosa señora Ana María pasaba por delante de la casa de Mauro, y lo vio todo. Pero para ella lo que había pasado es que el espíritu con forma malévola de la difunta esposa de Mauro había regresado de entre los muertos para llevarse a su marido con ella, abalanzándose sobre él y provocándole una herida mortal y sangrante, que no era otra cosa que la mancha de vino. Y a la pobre mujer, del susto, la dio un infarto allí mismo.

Mauro y su hijo bajaron corriendo a socorrer a la anciana, pero en el pueblo no tenían un hospital donde poder atenderla y la pobre Ana María murió. La gente del pueblo culpaba a los Gutiérrez de aquella desgracia, se les llamaba asesinos y los pocos clientes que  el bar tenía durante el invierno, dejaron de ir. Ahora sí que estaban en la ruina. No habían podido vender el bar, pero tampoco podían quedarse en el pueblo, así que Mauro y su hijo hicieron las maletas y marcharon a la ciudad sin dinero.

No tenían dónde quedarse ni trabajo. La primera noche fue la peor. Al día siguiente, el hijo de Mauro vio un cartel en un restaurante donde decía que se necesitaba ayudante. Mauro se presentó pero no le dieron el trabajo por ser demasiado viejo. Su hijo fue a reclamar que no le diesen un trabajo a un hombre capacitado, solo por la edad y le dieron el trabajo a él. Alquilaron un apartamento y ahí siguen. No saben si algún día podrán volver al pueblo. Tampoco saben si quieren hacerlo. No les va mal, no conocen el futuro y el pasado ya les ha causado bastantes problemas. Sólo les queda vivir el presente.

BACHILLERATO 


                                                               
PRIMER PREMIO

CANDELA RUIZ DE VILLA SARDÓN

1º DE BACHILLERATO   IES MARQUÉS DE SANTILLANA
                           

Proyecto  Camarón

Me desperté sobresaltada al oír la puntual llamada a la oración en la Gran Mezquita, después de seis meses en Saint Louis, aún no me había acostumbrado. Abrí la ventana y la cálida luz del amanecer inundó mi apartamento. Como todos los días inicié mi  ritual cotidiano.  Una ducha, un té de Bissap y una tostadita con aceite de oliva en la terraza, mi rechoncho gato Cous-cous correteando detrás de los gekos, el viento suave y el murmullo del río Senegal, sobrevolado por una bandada de abejarucos, hacían que las mañanas allí fueran maravillosas, en aquel lugar parecía que se detenía el tiempo,  todo estaba en calma, tranquilo.

            Todo menos yo. Ese día estaba especialmente nerviosa, al fin nos dirían si el gobierno español se dignaría a financiar nuestro proyecto, aquel en el que llevaba trabajando meses, un estudio sobre la erradicación de una mortal enfermedad parasitaria: la esquistosomiasis. Sería tan sencillo como repoblar el río de camarones, los cuales devorarían a los caracoles portadores de dicha enfermedad, un gran avance tanto en mi carrera de microbióloga como en la sociedad senegalesa que podría disfrutar del río sin riesgo alguno.

            Salí apresurada de casa, había quedado con mis compañeros cerca del museo de la universidad. Decidí ir caminando, ya que a esas horas un taxi no sería buena idea, todo el mundo iba con una pasmosa tranquilidad de aquí para allá, podías observar a toda clase de gente, mujeres con sus pequeños a cuestas, niños descalzos jugando al fútbol con una habilidad digna de los mejores jugadores europeos, y multitudes que me rodeaban intentando venderme cualquier tipo de objeto. Emprendí mi camino favorito, atravesando el centro de la isla de N’Dar, que es patrimonio de la humanidad, y la parte más bonita de Saint-Louis. Siempre comenzaba por un recorrido entre las casas de arquitectura colonial, herencia de su pasado como colonia francesa, y continuaba por el mercado, un auténtico espectáculo de colores, aromas y sensaciones. Aquí solía hacer las compras, sobre todo mango y pan de mono (el fruto del baobab), muy útiles en zumos y pastelitos; prácticamente vendían de todo, alimentos, artesanía, complementos, telas multicolores… y cabras, corre que te corre entre los tenderetes interrumpiendo el paso; lo más curioso del comercio en África, y que tardé en aprender, es que nunca debes pagar el precio inicial de las cosas, siempre tienes que regatear o si no se enfadarán contigo.

            Después de saludar a una decena de personas con la típica frase de cortesía -“Nanga def”-logré llegar a mi destino, y claro, como no era de extrañar, ninguno de los cuatro había llegado aún,  en África no tienen muy claro el concepto de puntualidad, todo lo hacen a su ritmo y no es precisamente acelerado. Les esperé debajo del Gran baobab -Galaaaa, Galaaaa - era la voz de Awa que me llamaba desde el fondo de la plaza. Siempre admiré a esa chica, podía con todo lo que la echasen, compaginaba a la perfección el cuidado de sus cinco hermanos menores con sus estudios universitarios, a pesar de las enormes dificultades que sufre la mujer en un país anticuado en lo que a igualdad se refiere.     A continuación apareció Lass y no tardó en recordarme que me había hecho caso y había tenido el detalle de quitarse sus queridísimas pantuflas del Real Madrid, que normalmente llevaba a todas partes, siempre soñó con jugar en este equipo y sigue con la esperanza de poder ir conmigo a España  para intentarlo o por lo menos poder verles jugar en el Bernabéu.  Los últimos en presentarse fueron los felices de Adji y Babakar que venían riéndose a todo correr. Se disculparon por el retraso, tuvieron que ayudar a despejar la carretera principal porque un hermoso cebú no había encontrado otro sitio mejor donde echarse la siesta. Es muy curioso, los senegaleses tienen esa actitud de solidaridad y generosidad que se echa en falta en los países desarrollados, siempre están dispuestos a echarte una mano con cualquier cosa que necesites, aunque tan solo con su blanca sonrisa y cuatro palabras amables ya te han alegrado el día.

            Entramos en el Museo de la Universidad, un edificio racionalista de primeros del siglo XX. Nos esperaba el rector, Mr Aristide Ndiaye en la sala de reuniones, los cinco entramos temblando como flanes, y allí estaba aquel hombre gigante sentado con su cara seria y solemne, la verdad es que daba un poco de miedo, pero en el fondo era una buena persona y además  muy culta.  Nos sentamos y él se dispuso a darnos el veredicto:

            -En primer lugar, he de felicitaros por vuestro trabajo, ha sido brillante, pero a pesar de eso la respuesta por parte del gobierno español es un rechazo de la financiación de vuestro proyecto, dijo -Mr. Aristide escuetamente.

            -Queeeé, no, no, no, eso no puede ser, será una broma, no pueden rechazar algo así de la noche a la mañana, algo tan importante…-añadió Adji, saltándose cualquier tipo de protocolo.

            -Pero…,  habrán dado algún motivo, digo yo, qué menos que eso -pregunté.

            -Bueno, si se le puede llamar motivo, han entredicho que es una consecuencia más de los problemas económicos que atraviesa el país. Lo lamento mucho, ya que tengo constancia de vuestro esfuerzo… Por otra parte, Gala, tu universidad nos ha comunicado que, dado que el asunto no sale adelante, deberás volver a España lo antes posible para continuar con tu trabajo allí- concluyó el rector.

            Salimos destrozados del Museo, la verdad es que no nos hubiésemos imaginado jamás una respuesta así, era absolutamente increíble. No sabíamos qué hacer ni qué pensar, allí estábamos los cinco sentados en la escalera con cara de idiotas y con todas las  ilusiones destrozadas. Después de un tiempo sin haber intercambiado ni una sola palabra, Lass sugirió ir a tomar algo a L’embuscade, el chiringuito de Vincent, para darle la noticia, ya que había seguido muy de cerca el proyecto. Este era un hippy en toda regla, abandonó su Bélgica natal hace cinco años y con ello su flamante carrera de Derecho para largarse a Senegal a poner un bar en la playa; el tipo era muy pintoresco, la verdad, con sus rastas y sus vestimentas de colorines, era una persona llena de vida y de vivencias que contar a pesar de tener nuestra edad.

            Nos sentamos en nuestro sitio de siempre, aquel lugar tenía un algo especial que me encantaba, estaba literalmente en la playa, con las mesas en la arena, sombrillitas e incluso varios cocoteros, Vincent vino corriendo a por la buena nueva, pero el pobre se llevó una decepción al enterarse y empezó a blasfemar como un loco.

            -Tranquilo, Vincent, tranquilo, ya sabes que a la hora de jugar a recortables los mandamases siempre dan el tijeretazo a estas cosas del “Tercer Mundo” como dicen ellos, parece ser que hoy por hoy la investigación y el progreso es algo prescindible -le dije.

            - No, si ya se ve lo que les importa a ellos ayudar en un proyecto que salvaría cientos de vidas, nada, no les importa nada, a los políticos solo les importa salir en la foto y llenarse la boca de cosas para impresionar a la gente; pero cuando llegan al poder se olvidan de lo realmente  importante. No se dan cuenta de que lo que son cuatro duros allí, aquí es una fortuna, y que para hacer un proyecto de estas características,  bastaría, por ejemplo, con una mínima parte de lo que se gasta cualquier  club en  fichar un futbolista que se precie; más vale que estos políticos de tres al cuarto dejen de interesarse únicamente por sus propios beneficios y adquieran un poquito de conciencia social -espetó del tirón Vincent. Siempre que se hablaba de política se alteraba mucho y más si se trataba de injusticias.

            -Así se habla Vincent, muy bien, pero quizás no esté todo perdido -dijo Awa demasiado optimista- . A lo mejor podemos conseguir el dinero nosotros.

            - Podríamos presentar el proyecto a los ricachones que viven en la zona pija, siempre están dispuestos a donar algo de dinero por el simple hecho de quedar bien -sugirió Babakar.

-Pfff, no sé, no sé, con lo que nos den esos como mucho conseguiremos medio kilo de camarones -dijo Lass.

            De repente, todos estábamos riéndonos.

            -La esperanza es lo último que se pierde y esos desgraciados, que primero encargan la investigación y luego se echan para atrás como cobardes, no nos van amargar el dulce, porque dicho sea…

            -Bueno, bueno rastafari no te embales y tráenos unas flags que tengo sed, mañana será otro día - interrumpió Adji.

            Al día siguiente estaba más animada, pasé toda la noche dando vueltas a lo que hablamos en el chiringuito, había hecho unas llamadas por la mañana pronto y tenía una cita con el cónsul.    Todavía quedaba una oportunidad y teníamos que aferrarnos a ella, porque sinceramente no tenía ninguna gana de volver a España sin haberlo intentado.

            Llamaron a la puerta, supuse que serían los chicos, pero para mi sorpresa era Vincent, le invité a pasar tras los saludos de rigor y directamente fue hacia la mesa y posó un papelito:

-¿Qué es esto Vincent? –pregunté.

-Esto es nuestro nuevo “Proyecto Camarón” -dijo.

-¿Pero, de dónde lo has sacado?  No me lo podía creer, era un cheque.

-Es un dinerillo que me dieron mis padres cuando me fui, para que no me muriera de asco en “esos mundos dejados de la mano de dios” como ellos decían, una parte la invertí en L’embuscade  y otra la guardé para algo realmente importante, como esto, y no pienso aceptar un no - me aclaró.

            Después de darle las gracias mil veces, se ofreció a llevarme hasta el consulado para mendigar el resto del dinero. Salimos de Saint Louis atravesando una de las partes más emblemáticas de la ciudad, el puente Faidherbe, con sus majestuosos arcos de estructura metálica, muy del estilo de Gustave Eiffel aunque no es su verdadero autor, como normalmente se piensa; aprovechando que la marea estaba baja cogimos el camino rápido, la playa. Fue una de las mejores sensaciones de mi vida, el atardecer a cien por hora salpicado por el agua del mar era absolutamente impresionante. Llegando a nuestro destino hicimos una parada en el Lago Rosa, donde cada año finalizaba el París-Dakar, el agua intensamente rosa, parecía un batido de fresa, espectacular.

            El viaje fue largo, pero por suerte mereció la pena.



Diez días después, L’embuscade.

            Los chicos habían realizado nuestro encargo perfectamente, era, con seguridad, la mejor soirée en la playa de todo Senegal y alrededores.

            Pronuncié mi discurso con orgullo, lo habíamos conseguido, se lo agradecí al cónsul, quien  logró que unos empresarios se interesaran y colaboraran, a todos los saintlouisiennes, dado que toda la ciudad había estado muy involucrada en la causa, pero especialmente a mis compañeros, quienes demostraron ser unos excelentes investigadores y mejores amigos, y a Vincent, el que con sus ideales revolucionarios, sus esperanzas y su generosidad dio la oportunidad definitiva a nuestro esfuerzo.

            Aquella noche fue decisiva, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Salif Keita con Cesárea Évora sonando de fondo y ese atardecer, propio de un cuadro impresionista de Monet o Turner, me ayudaron a darme cuenta de que aquella ciudad tan llena de magia y de luz era mi destino, me necesitaba tanto como yo a ella.

            Y aquí sigo años después, luchando por mis sueños y llenando mi vida de experiencias extraordinarias.


SEGUNDO PREMIO

PABLO PERIS BARREDA


1º DE BACHILLERATO (IES MARQUÉS DE SANTILLANA)

Pesadilla en Breisach

Era una cruda noche de invierno en Breisach. Las calles, alumbradas con la tenue luz de las velas que procedía del interior las casas, estaban vacías de gente y el poco movimiento que se apreciaba era debido a algún perro callejero. Algunas calles eran intransitables debido al humo de las chimeneas, que parecía huir hacia el suelo aterrado del frío de la noche abierta.

Apartada del núcleo de población, escondida entre callejuelas por las que a ciertas personas les hubiese sido imposible pasar, llenas de edificios casi derruidos y ya abandonados hace años, se distinguía el brillo tenue de dos tristes candelabros dentro de una casa con la fachada cubierta de musgo y enredaderas. En su interior yacía un hombre sobre un escritorio de madera y a su lado se veía una botella, medio vacía, con un fluido de un color casi transparente que a primera vista parecía aguardiente. Unos pequeños tinteros se habían caído, derramando tinta que se secó sobre unas hojas de color marrón claro. Parte del líquido seguía goteando hasta una cómoda de mimbre situada junto a un gran y portentoso armario, que parecía mucho más robusto que cualquier edificio que se encontraba en la zona. El hombre con la cara enrojecida por el efecto del alcohol y por el calor de la chimenea que tenía enfrente, llevaba unas ropas que podrían haberse considerado en parte lujosas, pues eran de buenos materiales mas estaban mal cuidadas y raídas, de hecho la manga derecha colgaba de apenas cuatro hilos que se estaban pudriendo poco a poco.

Algo hizo que esa escena cambiase por completo en un abrir y cerrar de ojos. Algo o alguien estaba llamando a la puerta de una manera abrupta. Esto extrañó al hombre e  hizo que se levantase de una manera torpe y tambaleante. Sus ojos azules se fueron abriendo perezosamente. Un hilo de baba colgaba de su barbilla. La puerta seguía sonando, pero él no le hizo más caso del necesario, ya que pensaba que algún niño quería molestarle como solían hacer. Le llamaban el escritor ermitaño pues solo salía el primer lunes da cada mes al pueblo para comprar comida, bebida, tinta, papel y de vez en cuando alguna pluma para escribir.

Mientras se dirigía a la puerta, se había caído ya dos veces por el efecto del alcohol pero cuando llegó ya se había casi recuperado del mareo inicial. En el mismo instante en que tocó el pomo ésta dejo de sonar. El ermitaño comenzó a abrir la puerta torpemente, las bisagras estaban oxidadas y con un par de crujidos y un largo e irritante chirrido consiguió abrirla del todo. El hombre miró al exterior y no vio nada, extrañándose mucho porque de tratarse de un niño, se hubiese quedado, burlándose a unos metros de la puerta. No había nada, así que simplemente cerró y volvió a su escritorio.

Cuando se sentó, dispuesto a escribir, notó una presencia extraña en la sala. Era algo que no había sentido antes. Percibió un movimiento junto a la chimenea y dirigió su vista en esa dirección, no vio nada. Percibió un movimiento junto a una mesa donde tenía un par de bustos de filósofos, uno de ellos era de Aristóteles, el otro estaba tan demacrado que ni siquiera se distinguía que fuese humano, no vio nada. Así pasó en cada uno de los rincones de la habitación.

El escritor se levantó asustado y gritó:

– ¡Extraña criatura del demonio, muéstrate! – . Pero no halló respuesta. – ¡Te lo ordena un fiel siervo del señor! – Siguió sin respuesta.

Pero aquella presencia seguía en la habitación. Así que el hombre se dirigió al armario y de ahí extrajo un florete que blandió en el aire tirando una serie de botellas con alcoholes de alta graduación que se derramaron con crujidos y roturas por el suelo.

La criatura ahora parecía escondida junto a la chimenea, así que fue hacia ella encarándola con el acero. En uno de los sablazos que iba dando al azar, la manga de sus ropajes se soltó de los apenas cuatro filamentos que la unían con el resto y cayó en el punto intermedio entre el suelo y la chimenea. El hombre no se dio cuenta, la manga comenzó a arder poco a poco. El florete seguía apuntando a la chimenea, cuando por fin pudo distinguir la forma que le había atormentado. Era un gato salvaje que se había colado. Sus miradas se cruzaron como las de dos enemigos eternos. Los ojos azules del escritor permanecían fijos en los del felino, mientras los de éste a veces se desviaban mirando al armario.

El gato saltó al mismo tiempo que el ermitaño le intentaba asestar un golpe mortal. Se escondió detrás del armario y este comenzó a caer. El hombre no puedo evitarlo y el armario cayó encima de él, atrapándole de cintura para abajo. Sabía que ya nada se podía hacer, pero él seguía intentando escapar. Sus ojos se llenaron de tristeza por todo lo que se había perdido en la vida ya que no conocía otro lugar que no fuese su casa y el par de callejuelas de Breisach que utilizaba para llegar a la tienda de ultramarinos donde se cargaba de provisiones.

En el instante en el que la manga ardiendo tocó el suelo empapado de alcohol toda la habitación se convirtió en un infierno. La temperatura se elevaba por momentos. El escritor tuvo suerte en parte, pues no había alcohol en la zona donde había caído, iba notando como su piel se secaba y después empezaba a doler. El felino se colocó a su lado y le echó una mirada que le heló la sangre. Poco después sus ojos se volvieron amarillentos y comenzaron a sangrar, sentía cómo dejaba de ver, oír… hasta que ya no sintió nada.

Dándose la vuelta, el gato se encaminó hacia la puerta dejando un rastro de tinta tras de sí: las inconfundibles huellas de unos zapatos de mujer.




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